Europa invertebrada

Los telediarios dan cuenta todos los lunes del saldo de muertes en carretera que arroja el fin de semana. En sus redacciones deben de estar frotándose las manos, pues cabe esperar que entre los muertos de la medianoche figure un cadáver más grande que el Amadeo de Ionesco. Identificarlo será fácil: se llama Unión Europea, esa criatura aún teenager surgida del sueño goyesco de la razón de estado que tantos monstruos engendra. Nació tarada y ningún médico de la res publica ha conseguido enderezar su salud. Si Hollande se instala en el Elíseo, cosa que aún me resisto a creer, Europa será a partir de tal mudanza una parapléjica con el espinazo quebrado a la que no le quedarán más salidas que las de la eutanasia, el harakiri o la voladura.

Merkozy, gústenos o no tan denostado logo, es la columna vertebral de un proyecto innecesario que ahora llega a su fin. No seré yo quien lo lamente, pero tampoco me alegrará el desbarajuste que se avecina. Lo de Grecia importa menos, pues si sus ciudadanos deciden volver al dracma, la salud del euro mejorará y la de Bruselas también. Lo de Francia, en cambio, puede ser el golpe en la nuca del conejo europeo. Quedaría éste, si los socialistas ganan, literalmente partido por el eje, como esos coches despanzurrados que la tele y la propaganda institucional exhiben.

Hollande es un zapaterito, un precioso ridículo, un personaje de Molière, un político sin atributos, un demagogo tan blando como el queso de Brie, un beignet à la crème. Da grima verlo y escucharlo. No es que Sarkozy me vuelva loco ni creo que entusiasme a muchos, pero es, por lo menos, un líder, y esa medicina es la única capaz de retrasar el entierro de Europa, aunque no de evitarlo. La gente, sépalo o no, quiere que vuelva Churchill, que llegue alguien con la autoridad y la sinceridad necesarias para pedir sangre incruenta, sudor a mares y lágrimas que sean como las de una Escarlata O'Hara decidida a reconstruir lo que el viento de la crisis se ha llevado. Nadie negará esa virtud al musculoso Sarko, por muchos defectos que le atribuyan. Me resisto a creer, ya dije, que nuestros vecinos, siempre tan cartesianos, tan burgueses, tan conservadores, tan imbuidos de bon sens, entreguen a un bobo ilustrado las riendas de su país, pero también Cataluña era famosa por su seny, y ya ven. Après Hollande, le déluge. ¿Me despertaré mañana, por hoy, en una Europa difunta? Yo no puedo despejar esa incógnita. Ustedes ya conocen la respuesta.